lunes, 7 de noviembre de 2016

Breve crónica de un día en el XXII Salón del manga de Barcelona



Se acabó el Salón del manga de Barcelona. Bueno, en realidad hace casi una semana que lo hizo. No es que yo sea lento en reflejos, ni perezoso a la hora de crear este tipo de entradas en el blog, es simplemente que necesito que todo lo que he llegado a vivir, a sentir y experimentar en ese lugar, mi mente lo acabé de asimilar. Soy de lenta asimilación, lo reconozco. Pero así, de esta forma, luego escribo de una forma menos pasional. ¿Cuela? En fin, como decía, el XXII Salón del manga de Barcelona ha terminado, y una vez más con cifra de record: 142.000 visitantes. Unos 5.000 más que el año pasado. Este récord empieza a ser una bonita costumbre. Lo que no es bonito son las largas colas que se siguen formando para poder entrar. Yo, personalmente, tardé 50 minutos en pasar por la puerta de acceso. Lo curioso es que el lunes todavía quedaban entradas en taquilla, con una exigua cola de gente que entraba al momento. Es bastante injusto que los que no son previsores y no han comprado su entrada por anticipado se les “premie” accediendo al salón antes. Aquí la organización sigue teniendo un grave problema, y los visitantes una vez más han protestado sobre él por las redes sociales. Pero hablemos de lo que sí se hizo bien. Que fue todo lo demás. Os haré un breve resumen de las once horas que pasé vagando por ese mundo repleto de mangas, merchandising, exposiciones, videojuegos y cosplayers.



Mi primera parada fue en el espacio gastronómico. Allí corrí como alma que lleva el diablo para comprar un mochi y saborearlo. ¡Madre mía qué manjar! Como no me había quedado lo suficientemente saciado decidí que sería una buena idea ver uno de los talleres de cocina. De la mano de Risa Nagano, los allí presentes, pudimos aprender (que por cierto no es muy difícil) como hacer mizu mochi (mochi gota de agua). Gracias a unas cámaras ubicadas cobre la cocinera no nos perdimos ni uno de los pasos que ésta dio hasta conseguir acabar el postre. Por cierto, ¿por qué en este tipo de eventos siempre hay un maleducado o maleducada que se levanta de su asiento para hacer fotografías, en vez de estar atentos, tapando la visión de los demás? Supongo que es un misterio digno de cuarto milenio.



Dejo atrás la zona gastronómica por que los aromas del lugar me dicen “compra y come” y ni mi economía ni mi estómago daban para tanto. Aunque en mi fuero interno sabía que más tarde volvería. Mi destino esta vez me lleva hasta la planta 2: El espíritu de Japón. Como cada año este lugar está orientado a mostrar toda la cultura que rodea al país nipón. Este año los visitantes podían intentar en el taller de Sumi-e (pintura tradicional japonesa) dibujar algo decente sin pringarse demasiado de tinta. Tres cuarto de los mismo con el taller de escritura japonesa. Y una vez ya te habías pringado lo suficiente podías ir a la sala de té a relajarte, a la de lectura o a que te enseñaran movimientos básicos de Aikido.



Yo, personalmente, preferí disfrutar de las exposiciones. La primera fue la de bonsáis: árboles que guardan cierta afinidad con Tyrion Lanister, aunque éstos eran algo más agraciados. No lejos de esta exposición el artista Chisato Kuroki nos mostraba lo que pueden hacer unas manos, un puñado de barro y un horno. En la otra punta de este espacio podíamos descubrir a Miyamoto Musashsi, un samurái legendario que repartió a diestro y siniestro por todo Japón y que la sola mención de su nombre producía dolores intestinales a más de uno. Antes de volver a la planta uno me entretengo un rato disfrutando de esa exposición que muestra como la literatura y el manga han llegado a fusionarse, haciendo que obras como La metamorfosis de Kafka o Don Quijote de Cervantes ahora sean mucho más accesibles para todo tipo de público; sobre todo para aquel que pasa de leerse los libros.



Antes de seguir con mi ruta me como otro mochi. Si es que lo sabía, sabía que tarde o temprano volvería a la zona gastronómica.
Me voy directo al palacio 4. El lugar donde cómic Joso tiene sus exposiciones y sus talleres de dibujo. Allí están también las asociaciones españolas de Star Wars. Como buen fan de la saga no puedo dejar de hacer fotos mientras me emociono. Es que uno tiene su corazoncito.



Mis pasos esta vez me llevan hasta la zona nueva: el palacio 5. Este año se ha vendido a bombo y platillo sus chorrocientos mil metros cuadrados, pero al llegar queda en evidencia que la mitad del espacio está vacía. Miremos el lado bueno, hemos ganado en retretes. Y en los de esta zona ni siquiera había cola. Un alivio para las chicas. Retomo el hilo de nuevo, que me pierdo, así os cuento que en esta zona había un ring en el que un puñado de chavales se estaban dando leña de la buena. Pero nadie salía herido, pues se practicaba esgrima con armas acolchadas. Además de softcombat, aquí habían varias exposiciones, como la de los inicios del manga o la de los monstruos gigantescos que más veces han destruido Japón. Godzilla se llevaba la palma.






Una pequeña pausa para comer y a la sección de videojuegos. La mayoría del palacio está enfocado al tema de este año: Yo-Kai Watch. Ya sabéis, el chaval ese con un reloj que busca pokemons, esto…, quería decir yokais. Mis ojos fijan su objetivo en una belleza: la NES mini classic. Lloró un poco de la emoción, me recompongo y huyo del lugar humillado pero satisfecho. Pero, ¿qué es eso que oigo? ¿Son tambores? En el exterior se está llevando a cabo un concierto de taiko, tambores y flautas japoneses para crear una preciosa música tradicional.





Vuelta a la zona gastronómica. Otro mochi y hago hat-trick. Mis rodillas me avisan que si no me siento dejarán de funcionar así que decido tomar asiento y ver de qué va el taller de cocina al cual han puesto un sugerente nombre: Las 7 bolas comestibles de Dragon Ball. De forma resumida os podría decir que tres cocineros, con una gran imaginación, hicieron siete exquisitos platos en forma de bola. ¡Qué delicia! ¡Qué hambre!





Todavía me queda un poco de tiempo para vagar por la zona de merchandising. Ahora que hay menos visitantes se pasea con fluidez y se pueden ver los tenderetes al completo. Sin tener que disfrutar de la vista del cogote de alguien o tener que olerle el sobaco a otro. 



Cuando por los megáfonos dicen que queda un cuarto de hora para cerrar decido dar por zanjada la visita. Han 11 horas caminando, mirando y gozando del XXII Salón del manga de Barcleona. Un salón que sin duda es único en Europa. Ahora solo queda pensar, y prepararse, para el próximo salón del manga de Barcelona.

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