Cuando se acaba una etapa, cuando se termina un momento, nos embarga la nostalgia. Una situación cualquiera, una persona, un buen libro o 8 temporadas de una serie televisiva protagonizada por un doctor atípico pero cargado de carisma, cualquiera de esas cosas puede producir ese sentimiento. A partir de aquí, lo que queda son recuerdos, buenos, malos, pero sólo recuerdos.
Corría el año 2004 cuando el doctor House llegó a las pantallas renqueando y apoyándose en un bastón. Su medio natural era el hospital Princeton-Plainsboro y allí, como un depredador, acechaba para acabar con alguna enfermedad rara o para soltar una contestación repleta de sarcasmo al paciente de pacotilla que sólo venía a la consulta por una nimiedad (o eso es lo que House creía).
Entonces, era cuando los telespectadores se preguntaban por qué la directora Lisa Cudy no ponía de patitas en la calle a ese doctor malcarado, desagradable y prepotente. Y la razón se hacía evidente enseguida: Gregory House era un genio encargado de dirigir un equipo especial de diagnóstico de casos muy raros, y su porcentaje salvando vidas era extremadamente alto.
Todo el mundo miente
Cada vez que House se enfrentaba a otra misteriosa enfermedad evitaba en medida de lo posible el contacto con el paciente ya que éste era un gran estorbo y contaminaba con mentiras "las pruebas" para llegar a la solución. El paciente, de hecho, visto desde el deformado prisma que envolvía la realidad de House, sólo era un mero receptor de ese rompecabezas. Un cero a la izquierda que no aportaba nada a la ecuación que deseaba resolver. Y si, por uno de los avatares de la vida, House debía mantener una conversación con el paciente, éste último probablemente se arrepentía, se deprimía, intentaba agredirle o interponía una demanda contra el hospital. Y es que la honestidad de House podía llegar a ser devastadora cuando el paciente estaba deseoso de ser engañado.
Holmes y House
Para todo aquel fan del detective creado por sir Arthur Conan Doyle no pasaron desapercibidas el sinfín de referencias que podían observarse en la serie. Los guionistas las habían metido sutilmente (algunas más que otras) pero allí estaban a la vista de todo el mundo. Sherlock Holmes había vuelto (si es que alguna vez se fue) y esta vez llevaba deportivas, camisetas estampadas bajo una camisa y seguía resolviendo casos, eso sí, los malhechores eran minúsculos y siempre eran letales.
Así pues no era casualidad que el apellido del doctor comenzara por la misma letra que el del detective, y tampoco que su mejor amigo, el jefe de oncología James Wilson tuviera un nombre tan similar al del compañero inseparable de Holmes: Jhon Watson.
House tocaba el piano. Holmes el violín. House era un adicto a la vicodina y Holmes se ponía irascible e insoportable si no recibía su dosis de opio, cocaína o morfina. Droga que se suministraba en el 221 de Baker Street mientras que House guardaba sus alijos en el apartamento número 221B.
Y podría seguir, con personajes secundarios de nombres similares a los de las novelas de Conan Doyle y situaciones que perfectamente se podrían haber extraído de uno de los casos del detective para adaptarlos a una situación hospitalaria. Pero si había algo que los convertía en iguales era sin duda la obsesión que les carcomía por resolver el caso y acabar con el malcechor (o enfermedad).
Nunca es Lupus
El equipo de diagnóstico de House siempre estuvo compuesto por 4 o 5 personas. Médicos especializados en diferentes ramas de la medicina que entrarían con ilusión en dicho grupo y que a los pocos meses se arrepentirían de trabajar allí o, en el peor de los casos, comenzarían a pensar igual que House.
Chase, Cameron, Foreman, Trece, Taub... y unos cuantos más que con el tiempo decidían (o eso creían ellos) abandonar al tirano del doctor House.
Los capítulos seguían un particular esquema: paciente con enfermedad rara es tratado por el equipo de House, el equipo empieza a descartar enfermedades hasta que al final salvan o no la vida del paciente.
El caso médico, la forma de diagnosticar, etc. Todo tenía una documentación exhaustiva para darle la máxima veracidad al asunto. Aún así al lo largo de las temporadas poco importaba el tema médico ya que siempre, el caso en si, planteaba un debate moral con los integrantes del equipo y el propio House como contertulios. Debate que siempre traspasaba la pantalla para llegar al espectador que inevitablemente se debía posicionar, consciente o inconscientemente, en uno de los bandos.
Everybody Dies
¡Atención, este apartado contiene Spoilers!
La máxima de House que repetía una y otra vez durante la serie era: Todo el mundo miente. De hecho este era el título que recibió el primer capítulo de la serie.
Cuando a falta de muchos capítulos para que el episodio 22 de la temporada 8 se emitiera (el episodio que pondría final a toda la serie) pudimos saber que el título de este era un juego de palabras (en inglés) con la frase más repetida por el doctor pero que daba un significado demasiado... definitivo, todos nos temimos lo peor.
Entonces la pregunta era irremediable: ¿Moriría House?
La pregunta cambió al ser rebelada la terrible enfermedad que a Wilson se le diagnosticaba a falta de muy pocos episodios para el desenlace.
Así pues, en estos últimos capítulos House se desvincularía casi por completo de los casos que le asignaban (dejando a su equipo actuar solos y con libertad) e intentaría solucionar el caso más complicado de su vida: salvar la vida de su mejor amigo.
En estos capítulos el bromance mantenido por House y Wilson alcanzaba cotas dramáticas. Las bromas que se hacían el uno al otro, la auto obligación por parte de Wilson de convertirse en la conciencia de su amigo y la obsesión de House por psicoanalizar cada movimiento en la vida de su colega. Todo eso y sus sentimientos maximizados debido a la decisión (más que a la enfermedad en si) que Wilson tomaría nos regalarían unos minutos enternecedores y duros que nos harían tirar de pañuelo. Aún así, nada estaba dicho. Y es que los guionistas de House nos tenían acostumbrados a grandes finales de temporada, con vueltas de tuerca y a veces hasta con situaciones que rozaban la paranoia. Con lo cual que el último episodio comenzara con House desmayado, un cadáver a su lado y un edificio en llamas no nos extrañó, pero como siempre, nos desubicó. Luego una explosión y la desaparición de Gregory House.
Muchos tildarán a los guionistas de cobardes, de no tener el suficiente valor de acabar lo que habían empezado, de decepcionar a todos aquellos seguidores que necesitaban un gran drama. Pero, ni siquiera Conad Doyle pudo con Holmes. Y es de nuevo cuando las referencias al detective son visibles en el último capítulo. Un gran homenaje a la muerte y retorno de Sherlock Holmes, dándole a House sus propias cataratas de Reinchenbach para que luchará contra su némesis: el mismo. Para luego, de forma metafórica y literal, renacer de las cenizas y volver como alguien mejor. Abandonando su yo auto destructivo y cínico para aprovechar su parte más amable junto al amigo de toda la vida.
El final de House pues queda de esta forma totalmente abierto, dejando que cada espectador y fan decida el destino que les deparará a los protagonistas que conduciendo sendas motos y con una suave melodía abandonan a más de 81.8 millones de espectadores a nivel mundial que les ha seguido y que les guardará en su memoria durante mucho tiempo.
Adiós Doctor House, buen viaje.
Que buena entrada, He leído todo menos el último trozo porque me quedé en su día en la quinta temporada porque me cansé.
ResponderEliminarMe has vuelto a despertar el gusanillo.
Un beso!
Creo que soy de las pocas personas que no le gusta House jejeje.
ResponderEliminarTe sigo, me sigues? besitos ;)