Las aventuras de Huckleberry Finn empieza justo donde acababa Las
aventuras de Tom Sawyer. Esta vez es Huck el protagonista, al cual, todo sea
dicho, llevar una vida decente junto a la viuda Douglas no le está resultando
nada satisfactoria. Ir bien peinado, asearse a diario, asistir a la escuela, etcétera;
todo eso que es lo que vienen haciendo todos los niños honrados, a Huck le está
costando barbaridades, y encima, para colmo, aparece su peligroso padre con
ganas de arrebatarle todo el dinero que consiguió en la anterior aventura. Su
única opción será huir montando cierto espectáculo (que tiene de divertido
tanto como de macabro), junto a Jim, un negro esclavo que anhela ser libre.
A diferencia de Las aventuras de Tom Sawyer aquí la narración es en
primera persona, y es el propio Huck el que nos irá guiando paso a paso por
todas las vicisitudes que tendrá que afrontar hasta alcanzar su meta. Con esto
Twain logra cotas de intimidad que con el anterior libro ni llegó a acercarse.
Es impagable poder descubrir todos los pensamientos que pasan por la cabecita
de Huck, en especial cuando se enfrenta ante elecciones que pondrán su moral a
prueba y que dejarán en entredicho todas las leyes absurdas (sobre todo en lo
referente a la esclavitud) que existían por aquella época.
Humor y embrollos, son esos dos otros alicientes de los que gozan las
novelas de Mark Twain. El humor descrito en el libro abarca casi todo el
espectro conocido: desde el más blanco e inocente, al ingenioso, el macabro y
en ocasiones hasta cierto humor negro; con todo, Mark Twain se las apaña para
que incluso las gamberradas más gordas perpetradas por los protagonistas sigan
siendo accesibles a todo tipo de públicos. No nos olvidemos de los embrollos.
Esos líos que se montan mientras los protagonistas navegan Mississippi abajo, visitando
algunas de las poblaciones y conociendo personajes bastante pintorescos: desde
los dos timadores y caraduras profesionales que se hacen llamar rey y duque (y
que con la obra de teatro que montan aseguran risas al lector), pasando por
todos esos paletos que rondan algunas de la poblaciones hasta, y como no podía
ser de otra forma, el propio Tom Sawyer que, como buen amigo (pues Twain vuelve
a hablar, y mucho, de amistad) estará al lado de Huck cuando más lo necesite;
aunque sus ideas de correr aventuras sean algo retorcidas y a Huck le cueste
seguirle el ritmo.
Mark Twain |
Es evidente que hay aventuras que calan más hondo que otras, y Las
aventuras de Huckleberry Finn, al igual que Las aventuras de Tom Sawyer, son de
las que dejan una impronta indeleble. En mi caso no son sólo dos libros capaces
de ayudarme a evadirme con bastante facilidad del mundo que me rodea, sino que
además incluso me trasladan de estación (refiriéndome al tema meteorológico),
pues da igual si es invierno u otoño, ya que al leer cualquiera de estas obras
de Mark Twain me descubro como por arte de magia ante el resplandeciente y caluroso
verano; esa fabulosa época de vacaciones y de preocupaciones aplazadas hasta
septiembre. Además, sea dicho de paso, tanto Las aventuras de Huckleberry Finn
como Las aventuras de Tom Sawyer demuestran que los clásicos también pueden ser
muy divertidos.
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