Guy Montag es un tipo normal que trabaja como bombero.
Ese tipo de bomberos que buscan libros prohibidos para quemarlos. “Era un placer quemar. Era un placer especial ver las cosas devoradas, ver
cosas ennegrecidas y cambiadas.” Montag
disfruta con su trabajo pues sabe que hace un bien a la comunidad, pues desde
niño le inculcaron el camino a seguir para ser un ciudadano de bien. A Montag
le encanta su vida, le encanta su fría y desapasionada relación con su mujer
que se tira todo el día viendo extraños programas en el gigantesco televisor y
le encanta no tener que pensar, que otros lo hagan por él le parece bien. Pero
entonces un día conoce a Clarisse McClellan una vecina nueva. Ésta apenas
cruzará unas cuantas palabras con él pero serán decisivas para que Montag
empiece a replantearse y a dudar de todo en lo que creía. Y entonces Montag
roba un libro y empieza a leerlo, algo terminantemente prohibido en la sociedad
en la que vive.
Cuando Fahrenheit 451 se publicó en 1953
la Segunda Guerra Mundial todavía era un recuerdo fresco y doloroso en la mente
de todos. Está claro que Ray Bradbury tomó mucho de aquellos primeros compases
de la guerra, en la que los nazis quemaban libros como medida represora, para
crear su novela. El mundo distópico que el autor perfila con maestría (oscuro,
insensible e implacable) no es más que un reflejo de aquel mundo en guerra del
que muchos fueron testigos; es más, parece que Bradbury nos lleve más allá y
nos enseñé un lugar en el que lo nazis ganaron la guerra, implantando un
gobierno totalitario preocupado por controlar las masas mediante los medios de
comunicación y despiadado con aquellos ciudadanos que deciden tener ideas propias
y en contra del gobierno.
A través del bombero Guy Montag
asistiremos a la lucha interna del que descubre que todo lo que le rodea es una
mentira. Gracias a esto la novela que empieza siendo puramente de ciencia ficción llega a tener toques de thriller cuando los antiguos compañeros del
protagonista lo marcan como ser irreverente que debe ser eliminado a toda cosa,
emprendiendo así una despiadada persecución por toda la ciudad.
Resulta curioso, además de triste,
descubrir todas esas cosas que Ray Bradbury describió (vaticinó, tal vez) en
aquel momento y que a día de hoy se han materializado como realidad. Con todo,
me quedo con esa tecnología, entre vintage y moderna, que el autor describe con
esa prosa delicada, deliciosa y casi poética, y que recuerda a los viejos
pósters de películas de ciencia ficción de la época. Incluido ese perro robot
que a más de uno le recordará a los fabricados actualmente por la compañía de
ingeniería y robótica Boston Dynamics.
Fahrenheit 451 es uno de esos clásicos
de obligada lectura, con una historia que no es solamente apasionante sino que
además resulta una crítica brutal a todos esos gobiernos represivos. A pesar de
lo oscura que es la obra y de ese aire casi derrotista, también es una
brillante oda a la libertad de expresión y a todas esas luchas que nos acercan
a un mundo más libre.
“Fahrenheit 451: la
temperatura a la que el papel se enciende y arde.”
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